viernes, 1 de febrero de 2013

Nuevos dioses

















Mi amor, quiero que sepas que antes que me abandones
te arrancaré la vida y la meteré en mi cuerpo.

Nadie podrá impedirlo; aunque fuera posible,
ni dios podrá sacarte fuera de mis adentros.

Vivirás en mi sangre.
Comprobarás tú misma que lo que te decía
cuando éramos amantes era verdad.
Verás en mi interior el corazón inmenso
en el que te bañabas desnuda como un parto
donde todas las olas que agitaba tu pasión desbordada,
corriendo por las venas rompían en mi pecho.

Ahora ya, en un solo corazón anclados,
en la arteria más grande nos haremos un hueco;
y en ella remansados,
en un glóbulo rojo varados en la orilla del alma
tras cada latido te inundaré de besos.

Seremos uno solo:
una frente, dos ojos, una boca, dos labios:
un singular compuesto,
un plural dividido y sumado, amor multiplicado,
un verbo conjugado:
un ser pluscuamperfecto.

Seremos la pareja que quiso unificarse
y fue tanto el impulso que se fundió en un sexo.

Te llevaré en mis piernas a la Casa de Campo.
Caminaremos juntos por la tierra y el cielo,
y cuando ya cansados regresemos a casa,
allí sobre la alfombra seremos nuestro perro:
un caniche peludo de gris anubarrado
moviéndonos la cola con el aire confuso,
dividido y disperso.

En las noches de invierno
leeremos a Rilke, recitaré a Neruda
y cuando estés dormida te llevaré a mi lecho;
pero antes, y para que respires el fresco de la noche,
dejaré en la ventana mis pulmones abiertos.

Seremos dos sueños en un sueño.

Realizaremos viajes.
Volveremos a Egipto. Veremos las pirámides.
Removiendo las piedras, descubriremos su verdadera historia
retrocediendo el tiempo.

Por la orilla del Nilo subiremos a Nubia.
Para dejar constancia de que un día fuimos
la dualidad del ser reducido a uno solo
haremos una estatua de arena en el desierto.

Bajaremos a Kenia por extensas sabanas.
Al conjuro de la sed y del hambre
y la extraña presencia  de macho y hembra
fundidos en un mismo paisaje
todos los animales saldrán a nuestro encuentro.

El último verano te llevaré hasta el puerto de Palos.
Allí sobre una roca con tu pelo y mis brazos
haremos un velero.
Fijaremos el rumbo muy lejos de la costa.
Desecando las aguas haremos una isla de sal
en el océano.

Seremos marineros que sin miedo al naufragio
habremos hecho solos un gran descubrimiento.
Sin tormentas de arena ni naves de retorno
nos faltará la tierra, pero el mar será nuestro.

Haremos nuestra casa con algas submarinas.
Tendremos una playa y el abrigo de un puerto.
En los atardeceres lluviosos de la isla,
con nubes y sin luna
serán nuestro vecinos las gaviotas y el viento.

En las horas de pleamar pediré a los delfines
que me traigan piedras de aguamarina
de las minas de Brasil y de Méjico.
Buscaré un pez espada que con un pez martillo
me servirán de orfebres, y cuando estén talladas
adornaré tus tobillos, tus muñecas y cuello.

En la inmensa y profunda soledad de las aguas
el mar será una carta escrita por las olas:
tú pondrás las palabras y yo las haré verso,
tú la belleza y música,
yo la voz y el acento.

Seremos nuevos dioses.

No será necesario reproducir la especie para ser inmortales, 
pues teniendo en nosotros el germen de la vida,
la semilla y el fruto,
la unicidad existencial del sexo,
eternamente jóvenes
seremos en la isla, hecha del agua  sal
a nuestra propia imagen,
LOS ABUELOS DEL TIEMPO.

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