Todas las tardes cuando ya anochece
siento en el pecho una estación de paso
con un banco de sangre gastado por la
espera.
Cuando se acerca el tren de medianoche
veo una luz que en su interior se apaga
en un vagón que nunca abre las puertas.
Son los primeros días de verano
con un sabor a frutas inmaduras
y un olor aún reciente de primavera
vieja.
La misma sensación que en el invierno
cuando el otoño cubre su calvicie de anciano
de hojas amarillentas.
Subo al tren para estar cerca de ti en
destino
por caminos de hierro inseparables,
brazos equidistantes y vi(d)as
paralelas.
El tren entra en un túnel, agrandado la
noche,
cuando pasa otro tren en dirección
contraria
inundado de luz en el vagón postrero
desde donde me miras fugazmente
con tus ojos de estrella.
Desorientado no sé si voy o vengo,
si yo voy hacia ti o tú vienes a mi
sólo cuando te alejas.
Para el tren y me apeo.
Regreso hacia mí mismo solo.
Ahora es todo mi cuerpo
quien vuelve a ser una estación de paso
de inviernos y veranos
otoño y primavera.
Oculto entre la sangre, el virus de tu
amor perdido
retorna a recorrerme entero
por el túnel circular de arritmias
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