martes, 24 de septiembre de 2013

La vida sumergida

Abrí los ojos y recordé mi sueño,
un sueño no vivido, muchas veces soñado,  
de imágenes borrosas, pesadillas confusas
con palabras calladas, lleno de realidad.

En la ciudad del Neva,
a veinticinco grados bajo cero
el sol era un recuerdo remoto del verano.

Me asomé a la ventana sin abrir los cristales,
y vi caer halcones, gaviotas y palomas
entre copos de nieve,
que cubrían de plumas y pintaban de blanco y rojo
los pies de la ciudad.

La gente paseaba por la avenida Nevski
cubierta la cabeza con un gorro negro o marrón
sin forma de sombrero
a la sombra de la noche y el frío,
hablando de un futuro, presente del pasado,
reflejado en las estatuas forradas por el hielo,
memorias pétreas proyectadas
a un futuro de guerra y paz, mas siempre violento
de batallas antiguas perdidas o ganadas.   

Me puse a  recordar entonces
ante tanto gentío amistoso, pacífico y tranquilo
lo que había sido en realidad la historia
en su geografía:
un reguero de sangre coagulada
del tiempo en la memoria,
y una losa en los campos de exterminio,
enlutada por una guerra fría.

Como en tantas ciudades
ni hidrógeno ni oxígeno purificando el aire
de la ciudad humana brutalmente agredida
que levantaba sus músculos de acero y hormigón
como fantasmas pétreos,
cimentando sus pilares en ciénagas de lodo
con hedor a cloacas y lluvia radioactiva.   

¿ Quién colocó en el polen las alas de la muerte?

¿Quién firmó con veneno la receta al enfermo,
y al pretender curarse le emponzoñó la herida?

Quién cerró las ventanas y proyectó de noche
la película en blanco que se filmó de día?

Esos brazos abiertos por cuyas venas
corre la fiebre soterrada,
ese pulmón que inhala la polución que emana
de una industria agresiva,
ese joven nacido para ser educado
y sufre en sus tejidos la carcoma del alcohol
y la droga, marginación y sida.

Esa danza macabra de esqueletos vivientes
que llegan de países cercanos y lejanos
está testimoniando que en el mundo hay dos vidas:
una vida que emerge nadando en la abundancia,
porque está sustentada por otra sumergida.


Cerré los ojos y volví a otro sueño,
esta vez ni vivido ni soñado.

La razón de haber ido a Petersburgo era  
encontrar el paraíso del amor perdido,
en la mujer eslava.

Halcones, gaviotas y palomas renacidas  remontaban el vuelo
hacia otros horizontes más limpios, y agitando sus alas
le pedían  que pariese  de nuevo,
fecundando su vientre  con la mejor semilla,
que naciera y creciese como crecen las plantas,
respetando el desierto, purificando el aire,
casadas con el sol y amantes de la lluvia.

Le pedían que sus hijos al igual que las nubes
vagasen por la tierra sin ponerle fronteras
donde el rencor y el odio no tuviesen cabida;
que al hablar en sus leyes de derechos humanos
y seguros sociales,
como en los animales
no fuese necesaria la palabra justicia.

Que el amor fuese más que una simple palabra:
un corazón latiendo con la sangre de todos.

Y la paz fuese un río navegable y profundo,
caudaloso, transparente y extenso,
que fuese tan inmenso

que no tuviese orillas.    

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